“La felicidad es su destino”. Así portaba con orgullo una lona ubicada frente al negocio, en Destino Felicidad. Martín respiró profundo, acomodó la camisa y se quitó su sombrero. Se dispuso a entrar por la puerta de cristal y cedro.
― ¡Buenos días! ― Casi gritó Martín al toparse con voces provenientes de todos los ángulos de la habitación hexagonal.
― Buen día. Soy Rolando Dempwolff, su asesor de ahora en adelante. Quien lo guiará a LA FELICIDAD. Lo que usted desea, en el lugar que quiera. La felicidad es su destino en Destino Felicidad. ¿Cuál es su nombre?
― Martín Dorima…
― ¿En qué le puedo servir Sr. Martín?
― Quiero cambiar de casa, me gustaría conseguir un lugar en México.
― ¡Claro! Ya tengo visualizada su nueva vida ― dijo Dempwolff en tono de canto, elevando los brazos como lo haría el actor principal en un musical ―. Acompáñeme a mi escritorio.
Martín no supo qué más hacer que seguirlo, su voz fresca y motivadora lo asustó al principio, pero luego lo llenó de las suficientes ganas de tomar la decisión de su vida. Tardía, pero la más importante. Trató de seguirle el paso, pero aún así rezagó unos cuarenta segundos su llegada al escritorio. Topándose con ríos de gente, de un lado a otro la corriente, pudo llegar a salvo.
La madera de las sillas acolchadas con tela color vino, la del escritorio y los archiveros, combinaban con el cedro de la puerta de entrada. Los marcos de los reconocimientos y de algunas fotografías familiares también eran del mismo detalle. ¿Que cómo supuso Martín que eran su familia? Los cabellos rubios y brillantes, la dentadura perfectamente trabajada por el mejor dentista de la capital, y esa ropa de las grandes tiendas del extranjero lo gritaban. Interrumpiendo la mirada escáner de Martín; Rolando Dempwolff bajó mediante control remoto un mapa inmenso de los Estados Unidos Mexicanos. Parecía tan real, tan íntegramente un antojo.
― Muy bien Martín Dorima, como podrá ver, en este mapa virtual se encuentran algunos destellos en los lugares más asediados por nuestros clientes. Pero aquí no importan ellos, importa usted. ¿Le agradaría una playa paradisiaca? ¿O quizá una metrópolis? ¡O ya sé! ¿Qué le parece una ciudad con arquitectura barroca? Bueno, primero dígame, ¿acompañado de quién realizará este viaje? ¿Su esposa, sus hijos, algunos familiares o tal vez unos amigos?
― Yo solo.
― ¿Sólo? ¿Despejarse del barullo familiar? ¿Divorcio reciente? ¿Alguna amante por visitar?
― No, nunca m casé. Mi padre acaba de fallecer. Y sé que es algo avanzada mi edad, pero a mis 57 años aún quiero conocer las tierras que me platicaba mi abuela cuando yo era sólo un niño. Eran lugares en el norte del país, muy cerca del Río Bravo.
― ¿A qué nivel socioeconómico pertenecía su abuela, Sr. Dorima?
― ¿Nivel socio…?
― Hagámoslo más fácil y rápido ― apresuró a decir el Sr. Dempwolff antes que Martín pudiera elegir una al azar ―. Descríbame las características del hogar de su abuela.
― Pues nosotros vivíamos con ella. Dormía en el mismo cuarto que mis primos. Mis papás tenían una cama en la sala. Bueno, la verdad no había muchas divisiones en esa casa. Pero veíamos la televisión todas las noches, me acuerdo que nos emocionábamos con el programa ése de los concursos. Esperábamos un día participar y ganar todo ese dinero para comprar un carro. Ya sabe cómo es re difícil andar en camión de un lado al otro.
― Hogar D. ― Comunicó el Sr. Dempwolff al mapa tras sus hombros.
Comenzaron a apagarse las primeras luces y a encenderse algunas otras. Dempwolff tomó aire suficiente y se acomodó la corbata para comenzar su discurso. Ahora sí, su discurso.
― Tenemos en la zona norte del país justo debajo del Río Bravo, algunas ciudades de los estados de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila y Chihuahua. Comenzaremos por el mar, es decir, por la ciudad de Matamoros. El centro es un buen lugar para casas de ese estilo que menciona, pero las colonias que le puedo recomendar son la Popular, la Obrera, la Mariano Matamoros y la Chuy Vega. Son muy conocidas y su nivel D es perfecto para ellas. Algunas tienen cerca canales malolientes, la fama de robos por sus calles, o la tardanza del camión recolector de basura, pero no tiene nada de qué preocuparse. Yéndonos para la ciudad de Reynosa…
― Oiga...pues… ―Martín lo interrumpió, mientras contoneaba sus ojos en los focos encendidos del mapa, y luego de ser observado ferozmente por su asesor, anunció ―no pensé jamás en eso, y la verdad, da lo mismo. Me quedo donde estoy, en mi pueblito. Gracias.