sábado, 18 de abril de 2009

Río creciente

Pues mátame si tanto miedo te provoco. Ahórcame si en verdad no puedes más.
Acaba con mis días si tan perversa te parezco. Alisa mis cabellos si conmigo no podrás.
Me llamas veneno y te revuelcas de dolor.
Te dije que es la savia de esta hierba mala, amor.


Risas me provocas mientras lágrimas derramas. No me burlo por maldita,
me río por lo que proclamas soy.
Podré llorar y caer, antes lo he hecho.
Pero hoy seré cuán siniestra me pretendas ver.
No me sentiré malvada sin razón.
Seré la maligna. Te usaré de mi bufón.

Es el reino de desdicha. Dices ahí te obligué a vivir.
Nunca fui más dulce en mi vida, pero no lo quisiste sentir.
Arrástrate y permíteme
te lo pido como el favor.
Arrástrate y permíteme
usar contigo destrucción.

Hoy veremos quién gana. Quién dice verdad o miente.
Gracioso que aún no me conozcas. Siempre seré un río creciente.

Berenice Betancourt

miércoles, 15 de abril de 2009

¿Unos, otros, o todos iguales?

Leí que iba en bicicleta y murió. La fotografía en la página no se me hacía conocida y realmente su nombre tampoco. Lo arrolló un auto. Fue filósofo y gran escritor. El hospital San Bartolo de Vicenzam fue el escenario de su deceso.

Franco Volpi falleció unos años antes de sus 60. ¿Y qué nos queda?

En mí y que no tuve el momento de saber de él por mis propias no suficientes hazañas, me deja un día de asombro y racionalidad. Muchos mueren atropellados mientras manejan su bicicleta en cualquier ciudad y los periódicos se llenan de sangre y patrañas, y para muestra vívida lo sé bien en la mía, donde no existen facilidades para quienes optan por este medio y se arriesgan a jugar contra los cada vez más despreocupados automovilistas. ¿Necesitamos ser filósofos para que nuestra nota de defunción en el periódico sea pulcra y detalle nuestras hazañas estando aún vivos? No para llegar a ese punto, pero no deberíamos tirar a la basura esta posibilidad. Los beneficios serían crasos y muy prometedores.

Pero esta vez, la redacción no me sirve para expresar la necesidad de filósofos, historiadores, críticos, literatos…

Dejaré una pregunta al aire. ¿Merece un menor chisme cuando se mata a un humano que trabajó por llevar más allá su conocimiento, realizando múltiples investigaciones y poniendo en papel su intelecto, a cuando muere alguien que por vivir linealmente lo establecido sin buscar algo más allá de lo que se le ofrecía no alcanza cierto respeto, ni tiene quien lo pueda enaltecer?

A mí me da igual. Finalmente matan, como en esta ocasión por la gracia de pasarse un alto. (Sí, también les dejo mi más humilde respuesta). Y respecto a lo anterior, un posible balance sería bueno, ya saben, un poco menos de horror cuando una persona fallece en vía pública. Y así no preocuparnos por lo que debemos hacer o no para una decente aparición en los diarios, sin fotos de nuestro cuerpo despedazado y la peor toma que ni en vida pudimos obtener.

Berenice Betancourt

jueves, 2 de abril de 2009

El hombre de la herramienta del insomnio

Me lo ha dicho. Se ha abierto. Soy parte de su interior. O quizá su interior es parte de mí. Sus palabras han volado hasta mi monitor y en tal forma me sorprendió. Ya no fueron frases en diálogos, fueron enunciados en mar.

Estallaron momentos tristes en mi rostro. La nostalgia me intentó abolir. Caí de rodillas y las lágrimas saltaban hacia el suelo en plan mortuorio. Por más pretensión de querer ser la estatua del centro de mis avenidas siempre habrá placas tectónicas preparadas para sacudir los cimientos. Pero él tendió la mano al aire. Él preparó espacios para tratar en mi mejora, en ese entonces de primeriza indisponibilidad. Él separó momentos para cocinar una sonrisa en un horno que nadie vio precalentar. Él se lanzó al ruedo de leones romanos, acompañado con un casco y una armadura que aunque invisibles; irrompibles.

Pero no estaba loco. No deliraba a causa de alguna enfermedad. Sabía muy bien sus posibilidades. Sabía bien el poder de su herramienta. Conocía que el trabajo proveía habilidades y así comenzó a hacer uso de ellas. No bastó que las palabras de aliento no acostumbraran servir mucho en mí y me brindó un apoyo con razones. Me mostró que continuaba estando a mi lado, que en los días mis palabras lo acompañaban al platicar y que por las noches prolongaba mi estancia en su cerebro. Profusas preguntas se hizo de mí. Acerca de mi persona no podía tener más cuestiones. Le provocaba insomnio y mil revolturas hacía de mi ser. Creo, yo saltaba de idea en idea, de suspiro en suspiro. En la oscuridad de su recámara rondaba y en su techo acompañada de sombras oblicuas apenas nacientes me encontraba. ¿Y los pensamientos? No, no eran amorfos, estaban colmados de representaciones tan llenas de sentido que yo trataba de compartirle desde el lugar donde estuviera, y él me escuchaba. Cosas que intuyo solo nosotros podemos entender. Con esto me demostró que no eran comunes palabras de aliento de un humano como tantos. Que no cualquiera tenía derecho a querer hacerme sentir mejor. Que el trabajo de su insomnio lo hacía merecedor a nuestras ligaduras. Que laboró con piedra la factibilidad de tornarme a confiar, el hecho de llamarlo amigo. Él no durmió cuando mi alma se retorcía pensando en él. Accedí entonces a sonreírle.

Él tenía una herramienta. Aunque quizá no lo sabía. Posiblemente sólo lo sentía.

Berenice Betancourt

Cuando la amistad se posa como piedra.