martes, 17 de noviembre de 2009

Todo en venta

La verdad, esto de las nuevas tecnologías no es para todos. Tampoco lo de comunicarse con personas que no conoces, y que luego dices conocer. Yo comencé a utilizar una de esas redes sociales, y muy pronto me di cuenta de que la mayoría de mis amigos de la escuela, del grupo de la iglesia, y hasta vecinos estaban ahí también. Era muy agradable tener otra forma de contacto con ellos, pero yo no me quería quedar como todos. Nunca me ha gustado quedarme atrás o en la línea común, pero no se me ocurría qué podía hacer para figurarme de manera especial. Quería tener un contenido lo suficientemente atractivo para disparar mi número de amigos. Tenía que hacer algo al respecto.

Desperté un lunes, ya en vacaciones. El primer lunes de suspiros limpios sin desgarros en garganta, provocados por estrés y gritos a compañeros ineptos. Pude oler la esencia de cebolla y tomate mezclados con huevo y una pisca de pimienta. Bajé rápido de la cama y me dirigí a la cocina, mi madre no parecía de buen humor, disipando así el agradable aroma que antes podía percibir. Su saludo se basó en un grito, apoyado por un “¡Deshazte de la basura de tu cuarto! ¡No quiero ver más porquería en esta casa!” Perdí el interés de comer y así como llegué, me regresé a mi recámara. Me senté en la cama y observé cada artículo. Realmente tenía muchas cosas que ni siquiera recordaba que estaban ahí. Comencé por pasar todo lo que ya no necesitaba al suelo, en el centro. Eran libros, revistas, ropa, zapatos, accesorios femeninos, bolsas…tantas cosas que el bulto terminó enorme.

Volteé alrededor por si divisaba algo que se me había pasado, pero la computadora se robó toda mi atención. Empecé a sonreír poco a poco. Si alguien me hubiera visto pudo bien presenciar una magnífica escenificación de alguna película de suspenso. El momento preciso en donde se idea el acto perverso. Di saltos hacia mi mochila tratando de no arremeter en contra de la masa de artículos en el suelo. Saqué la cámara digital y comencé a tomar fotografías de cada objeto tirado, procurando obtener su mejor pose. Eran mis modelos, y dependía de mí que conocieran otros hogares. Al final obtuve como 47 fotografías, las pasé a la computadora en cuanto pude encontrar el cable entre el desorden.

Agrupé las fotos de acuerdo a su tipo de utilidad, y las comencé a subir a facebook. Era cada vez mayor la emoción de poder tener algo interesante qué mostrar en mi perfil. En verdad sentí que eso era para mí. Detallé las características de cada objeto, especifiqué un precio, y di ‘compartir’. No pasaron ni 3 minutos cuando varios amigos ya preguntaban por algunos libros y unos más por prendas de vestir. Durante la semana empecé a tener las primeras ventas, amigos que ya sabían mi dirección y acudían en busca de su tesoro encontrado.

Conforme pasaron los días personas desconocidas me fueron agregando como su ‘amiga’, averiguando siempre por objetos que les habían recomendado. Eran de mi ciudad, de escuelas donde tenía conocidos, visitantes cercanos entre los cuales me hice muy buena fama. Me deshice de más artículos que ya no necesitaba, pues con las ganancias hechas me compré lo que mi ego iba clamando. Mis padres notaban un mayor tráfico de compañeros en la casa, pero yo sólo podía decirles que era negocios, y que como mi madre había dicho, me estaba deshaciendo de la basura de mi cuarto.

Luego de dos semanas todo seguía siendo maravilloso. La única dificultad era que me estaba quedando sin mercancía. Hablé con mis padres, escudriñaron sus recámaras y me dieron todas aquellas cosas que ya no querían, mediante un acuerdo en donde ganarían la mitad del monto que mis amigos dieran por cada artículo. Realicé de nuevo los pasos necesarios y gracias a mensajes continuos muchos de mis ‘amigos’ se enteraron de la nueva temporada. Todo era muy variado, cosas de mi padre, de mi madre y de mi hermano mayor. Cualquiera podía encontrar lo que necesitara. Muchas personas que ya habían comprado antes, separaron lo que les gustaba de estas nuevas fotografías, y ponían día para efectuar el intercambio.

Todo estaba saliendo muy rápido. Nuestra basura era tesoro de alguien más. Supongo que los precios eran muy accesibles también. Apenas lo publicaba y se vendía.¡Todo estaba volando!

Era fin de semana y no tenía ganas de salir. Acomodar la siguiente venta, fotografiarla y mencionar sus características me dejó realmente exhausta. Me fui a recostar en lo que mis padres se alistaban para una cena de ex compañeros de universidad. De mi hermano no supe nada. Realmente nunca nadie sabe nada. Tocaron a la puerta y esperé que alguien más abriera, pero el llamado no cesaba. Seguramente mis padres ya habían salido y mi hermano estaría en casa de algún amigo jugando Xbox. Abrí la puerta con el cabello hecho remolinos. No tenía ganas de mirarme al espejo.

Tres hombres y una mujer preguntaron por mí, asentí con la cabeza. Sus palabras fueron muy precisas, estaban interesados en algunos artículos de mi perfil. Les comenté que se había estado manejando con citas, habiendo primero conversado conmigo por el mismo facebook.

Y en realidad, como lo dije antes, todo estaba volando. Todo estaba saliendo muy rápido. Me empujaron a un sillón y me custodiaba la mujer que tocó la puerta, manteniendo un cuchillo contra mi cuello. Los otros tres tomaban cuanto veían. Estando a la venta o no, lo tomaban.

Ella me platicó cuando fui al rancho de mis tíos, de cómo me había divertido con mis primos y de cómo me dolió que esa fuera la última vez que veía a mi abuela antes de que falleciera. Lloró por mí. Yo no podía hacer absolutamente nada. Luego mencionó varias fechas y se detuvo en el 23 de octubre, cantando una canción cuya letra yo había estado escribiendo en el estatus de mi perfil. Sacó de la bolsa de su pantalón un papel doblado en cuatro, con una sola mano, la que tenía libre sin el cuchillo, lo abrió. Me lo mostró sonriendo tiernamente. Era una foto donde salíamos mis amigas y yo bailando en una quinceañera. Me comentó que había elegido a un chico para mí, que según por lo que había visto nuestros gustos eran parecidos, y que si yo quería ella podía presentármelo.

Yo no sabía realmente qué pensar. Preferí no hacerlo, y seguí mirándola como se mira a un árbol desde una hamaca. Recuerdo haber sudado, porque me aconsejó no volver a comprar maquillaje de catálogos, que era mejor que aprovechara cuando iba a algún centro comercial de compras. “Y no olvides desmaquillarte antes de dormir, en las fotos que subes siempre sales muy bonita, pero luego se te corre todo, como ahora”, me dijo, como si fuéramos amigas de tiempo atrás.

No sé cuántas cosas más me contó de mí misma, porque no parecían mis historias, ni mis pasajes. No parecía mi vida en sus palabras, con su aliento de confianza extraña.

Dejé que siguiera hablando. Luego de tiempo, y digo tiempo pues no puedo especificar minutos ni horas, ellos habían elegido todo lo que les había gustado. Sabían perfectamente dónde estaba cada cosa, como si fuera su propia casa. Salieron, dos se subieron a una camioneta, otro quedó de pie junto al marco de la puerta. La mujer se fue separando poco a poco, cuidando que yo no tratara de gritar o escapar. Yo sólo podía mirarla. “Te veo más tarde, le enviaré un regalo a tu mascota. Quizá también visite tu granja antes de dormir”, me dijo. Cerró la puerta sin perderme de vista jamás.

De nuevo no sé de relojes. Continúo en el sillón de la misma forma en que ella me dejó. Creo que si me muevo, aún puede lastimarme su cuchillo.

BereniceBetancourt

jueves, 10 de septiembre de 2009

Pequeño fragmento de "Límites de Cielo"

He deambulado por la casa y ahora he salido. He llegado al trabajo, y no miento al decir que me sustenta, pues ni el alimento de hace minutos me llenó tanto. Una pequeña sonrisa puedo evocar ahora que este aire es más respirable. Infestado de alucinaciones. De fantasías que sólo yo puedo comprender y fabricar vallas en su nombre. Quizá sean tonterías, pero finalmente mías. En cada hoja cayendo veo destellos de nuevas ideas. Cada piedra lanzada es un sí a imposibles acciones. Cada ruido, cada murmullo, son motores de proyección. No quisiera perderme jamás de este espacio que me brinda tanto. Quisiera cargar conmigo el peso de sus consecuencias y amordazarme con la pasión de su acaecer. Matarme poco a poco en su realización y al llegar la noche sonreír a lo creado. Como cualquier labor es ardua, pero cuando hay amor de por medio nada se vuelve más satisfactorio. Aquí, donde los humanos viven bajo efusiones de sentimientos y se plasma todo ello en lienzos de cualquier material, donde los artefactos para crear son inmensos y cualquiera que sea sincero consigo mismo tiene acceso a ellos. Aquí, que cuando se necesita soledad la existe y cuando lo requerido es tumulto también se encuentra.

[Fragmento de "Límites de Cielo", novela en construcción]

lunes, 29 de junio de 2009

Sueños



Sueños que me despiertan el alma
maquinando amaneceres luminosos.
Inventan todo lo que deseo,
presentándomelo en destellos de no razón.

Vagando en fríos canales,
Donde mis antojos reales son,
agraciadamente, lo que existe.
Aunque fuera una condena, querría más.

Amante de poetas, mujer de recios.
Musa de creadores, Dirigente de reinos.
Mandataria de legiones. Combustible.
Cerebro de investigaciones, escritora de anhelos.

Enredada en ellos puedo gritar,
redactar, bailar, besar. Despertar.
Puedo convertirme en la fatalidad
que en cada travesía negable puedo estar.

Arrebatos completamente diluidos.
Entre ríos de conciencia y la que no es así.
Páginas de inconstancias, transparentes.
Sueños que gozaría tenerlos de realidad.

Finalmente para mí lo son. Existencias.
Viviré con ellos en la mente y en base
a sólo esos contextos titilantes,
saltaré de piedra de piedra, en la Tierra.

BereniceBetancourt

domingo, 17 de mayo de 2009

Ha muerto otro singular...

Y hoy falleció Benedetti..
quizá por algo nació publicar este día la entrada anterior..

Que en paz descanse...

Ha muerto un singular

Y cómo se desploman aquellos de los cuales hay pocos. Cómo vemos caer las hojas de cuyos árboles no se plantan continuamente. A inicios de este año, aquél miércoles 7 de enero, falleció el abogado e historiador Ernesto de la Torre Villar. El bibliófilo de México ha pasado a nuevos sueños, y nos ha dejado como donativo a esta humilde causa humana algunas obras como La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano; Los Guadalupes y la Independencia; La Independencia mexicana; Temas de insurgenca; entre otras. Un hombre con grandes aportaciones en el ámbito de la abogacía, la redacción y la historia, siempre dedicado a la exploración, la enseñanza y el impulso de la cultura. Como galardones se llevó las Palmas Académicas de la República Francesa, el Premio Universidad Nacional de México, el Elías Sourasky y varios más.

Uno de los intelectuales más importantes del país ha muerto. ¿Pero cuántos quedan por venir? Si bien hay miles de interesados, ¿no es eso una burla tomando en cuenta los millones que somos?

¿Por qué desde esta perspectiva la calidad no se vincula con la cantidad? Bueno, si se habla de vínculos inversos hay cierta posibilidad. Cuántos compañeros de mundo no crecen y se desenvuelven de una manera en que sus aprendizajes son vanos; en las ocasiones en que los existen. No es gracioso saber que sus vidas se despliegan en lo que su más cercano alrededor les ofrece sin antes reconocer si es recomendable aceptarlo, o que nos codeamos por personalidades vacías que con unas horas perdidas al día y otras cuantas trabajando – en algo que ni ellos comprenden porqué – sienten que han hecho el esfuerzo suficiente. ¿Dónde queda la necesidad de aumentar el conocimiento para mejorar el nivel de vida, el requerimiento de exponer sentimientos con herramientas poco usadas o la obligación propia de alcanzar nuevos horizontes de comprensión?

De alguna manera la mediocridad se ha divulgado como mecanismo perfecto de situación social, cuando es una decadencia su derivación. La eventualidad de permanecer en pausa y con ello obtener una constancia benéfica en contextos de conformidad material, ha convertido las ganas de adelantamiento en una opción poco elegible, proporcionando una vida fría a aquellos que observan desde otra configuración.

Encontrarse en continuo movimiento, aunque en ocasiones se retorne en el camino, es fundamental para continuar avanzando. Los efectos de la atención suministrada a lo que se encuentra dentro de nosotros y lo que podemos aprender con su efecto hacia el exterior, son innumerables. Más allá de nuestra actual herramienta corporal, se encuentra una historia, un pasado, y lo más importante; se aciertan maneras de expresarlo. La cultura es tan vasta que cada individuo podría dedicar su vida al estudio de un área, y aún así no se contaría con personal suficiente. La esencia de la humanidad nos provee de los instrumentos necesarios para la planeación de nuestra vida venidera. Si es tan relevante su participación, se está pudriendo la probabilidad de escalar.

Ha muerto un singular. ¿Cuántos quieren convertirse en ello a base a un trabajo arduo colmado de conocimiento? ¿Cuántos están dispuestos a resurgir?


Berenice Betancourt

sábado, 18 de abril de 2009

Río creciente

Pues mátame si tanto miedo te provoco. Ahórcame si en verdad no puedes más.
Acaba con mis días si tan perversa te parezco. Alisa mis cabellos si conmigo no podrás.
Me llamas veneno y te revuelcas de dolor.
Te dije que es la savia de esta hierba mala, amor.


Risas me provocas mientras lágrimas derramas. No me burlo por maldita,
me río por lo que proclamas soy.
Podré llorar y caer, antes lo he hecho.
Pero hoy seré cuán siniestra me pretendas ver.
No me sentiré malvada sin razón.
Seré la maligna. Te usaré de mi bufón.

Es el reino de desdicha. Dices ahí te obligué a vivir.
Nunca fui más dulce en mi vida, pero no lo quisiste sentir.
Arrástrate y permíteme
te lo pido como el favor.
Arrástrate y permíteme
usar contigo destrucción.

Hoy veremos quién gana. Quién dice verdad o miente.
Gracioso que aún no me conozcas. Siempre seré un río creciente.

Berenice Betancourt

miércoles, 15 de abril de 2009

¿Unos, otros, o todos iguales?

Leí que iba en bicicleta y murió. La fotografía en la página no se me hacía conocida y realmente su nombre tampoco. Lo arrolló un auto. Fue filósofo y gran escritor. El hospital San Bartolo de Vicenzam fue el escenario de su deceso.

Franco Volpi falleció unos años antes de sus 60. ¿Y qué nos queda?

En mí y que no tuve el momento de saber de él por mis propias no suficientes hazañas, me deja un día de asombro y racionalidad. Muchos mueren atropellados mientras manejan su bicicleta en cualquier ciudad y los periódicos se llenan de sangre y patrañas, y para muestra vívida lo sé bien en la mía, donde no existen facilidades para quienes optan por este medio y se arriesgan a jugar contra los cada vez más despreocupados automovilistas. ¿Necesitamos ser filósofos para que nuestra nota de defunción en el periódico sea pulcra y detalle nuestras hazañas estando aún vivos? No para llegar a ese punto, pero no deberíamos tirar a la basura esta posibilidad. Los beneficios serían crasos y muy prometedores.

Pero esta vez, la redacción no me sirve para expresar la necesidad de filósofos, historiadores, críticos, literatos…

Dejaré una pregunta al aire. ¿Merece un menor chisme cuando se mata a un humano que trabajó por llevar más allá su conocimiento, realizando múltiples investigaciones y poniendo en papel su intelecto, a cuando muere alguien que por vivir linealmente lo establecido sin buscar algo más allá de lo que se le ofrecía no alcanza cierto respeto, ni tiene quien lo pueda enaltecer?

A mí me da igual. Finalmente matan, como en esta ocasión por la gracia de pasarse un alto. (Sí, también les dejo mi más humilde respuesta). Y respecto a lo anterior, un posible balance sería bueno, ya saben, un poco menos de horror cuando una persona fallece en vía pública. Y así no preocuparnos por lo que debemos hacer o no para una decente aparición en los diarios, sin fotos de nuestro cuerpo despedazado y la peor toma que ni en vida pudimos obtener.

Berenice Betancourt

jueves, 2 de abril de 2009

El hombre de la herramienta del insomnio

Me lo ha dicho. Se ha abierto. Soy parte de su interior. O quizá su interior es parte de mí. Sus palabras han volado hasta mi monitor y en tal forma me sorprendió. Ya no fueron frases en diálogos, fueron enunciados en mar.

Estallaron momentos tristes en mi rostro. La nostalgia me intentó abolir. Caí de rodillas y las lágrimas saltaban hacia el suelo en plan mortuorio. Por más pretensión de querer ser la estatua del centro de mis avenidas siempre habrá placas tectónicas preparadas para sacudir los cimientos. Pero él tendió la mano al aire. Él preparó espacios para tratar en mi mejora, en ese entonces de primeriza indisponibilidad. Él separó momentos para cocinar una sonrisa en un horno que nadie vio precalentar. Él se lanzó al ruedo de leones romanos, acompañado con un casco y una armadura que aunque invisibles; irrompibles.

Pero no estaba loco. No deliraba a causa de alguna enfermedad. Sabía muy bien sus posibilidades. Sabía bien el poder de su herramienta. Conocía que el trabajo proveía habilidades y así comenzó a hacer uso de ellas. No bastó que las palabras de aliento no acostumbraran servir mucho en mí y me brindó un apoyo con razones. Me mostró que continuaba estando a mi lado, que en los días mis palabras lo acompañaban al platicar y que por las noches prolongaba mi estancia en su cerebro. Profusas preguntas se hizo de mí. Acerca de mi persona no podía tener más cuestiones. Le provocaba insomnio y mil revolturas hacía de mi ser. Creo, yo saltaba de idea en idea, de suspiro en suspiro. En la oscuridad de su recámara rondaba y en su techo acompañada de sombras oblicuas apenas nacientes me encontraba. ¿Y los pensamientos? No, no eran amorfos, estaban colmados de representaciones tan llenas de sentido que yo trataba de compartirle desde el lugar donde estuviera, y él me escuchaba. Cosas que intuyo solo nosotros podemos entender. Con esto me demostró que no eran comunes palabras de aliento de un humano como tantos. Que no cualquiera tenía derecho a querer hacerme sentir mejor. Que el trabajo de su insomnio lo hacía merecedor a nuestras ligaduras. Que laboró con piedra la factibilidad de tornarme a confiar, el hecho de llamarlo amigo. Él no durmió cuando mi alma se retorcía pensando en él. Accedí entonces a sonreírle.

Él tenía una herramienta. Aunque quizá no lo sabía. Posiblemente sólo lo sentía.

Berenice Betancourt

Cuando la amistad se posa como piedra.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Revuelos de un corazón a distancia y posiblemente olvidado

Me despilfarro. Sólo perturba mi respiración en esta tu habitación, vacía y en tonos inmóviles. Nunca la has pisado, y hoy la entrego a tu ser. Te pertenece el espacio entre estas cuatro paredes, así como te pertenezco yo. Mis nudillos se iluminan con falsos resplandores de aquellos tus ojos que un día hicieron reventar mi cuerpo entero. Es sólo un recuerdo. Ya han transcurrido las horas y después de varios amaneceres continúo queriendo darte la razón.

Conocía a la perfección la felicidad inmedible que el dirigirme a tal ciudad me provocaría, pero encontré más de lo que esperaba. Quizá más de lo que podría soportar con preparación. Mi alma se atiborraba de emociones no controladas al entregar mi cuerpo a estridentes melodías, pero tu terremoto volcó paradigmas. Ya no veo al mundo por igual. Tu encanto ha creado burbujas de sonrisas locas por largo y ancho de caminos. Más impregnado no podrías estar. Ni en mi mente ni en mi corazón.

Era fría la noche, pero tu boca evocaba palabras de cálido sentir. El viento no hizo estragos, pero tu aliento curó heridas. Es mentira que fueron relámpagos, ni rayos existieron en ese oscuro paraje. Fue sólo nuestra comunicación. Mi piel mostraba cierta frialdad, pero dentro era fuego ardiendo. En mi horario fueron décadas de encuentro letal, en lo usual simples minutos viajeros sin ataduras. No me percaté de los lugares, pero tanto el tapiz del mueble como tus tórridos brazos me envolvían. Era todo magia. El embone fue tal que me sentí tú, y tú eras yo sin siquiera habernos tocado. Encontrarnos de manera tan artística, tan culta. Sería injusta si pidiera más que esa noche, más perfección era preocupante pedir. Nos fuimos alejando a vista ajena, pero permaneció en mí algo tan tuyo. Lo respiré toda la noche, mis fosas nasales se acostumbraron tan fácilmente a tu enigmático aroma, sabían lo que tenían que hacer. Absorber tus fragancias humanas. Cada secreción. Líquido o ya evaporado por nuestra fiebre. Finalmente nuestro. O finalmente tuyo o mío, con la distancia de por medio.

Te soñé, te extrañé, te pensé, te grité, te necesité cada segundo de mi estancia en cama. Soñaba tus murmullos, extrañaba tus movimientos, pensaba en mi aceleración, gritaba tu nombre reclamando el necesitarte sobre mí. No comprendí el significado de duración ni su forma de trabajo, sólo recorría lo que llaman tiempo en madejas de suspiros volando a tu presencia. No quise robarme tus labios estando a tu lado, y obtuve el premio de imaginarme su sabor en cada paso de saliva mientras intentaba soñar. Mi mente ejerció un fantástico trabajo. Dormí.

Desperté con tus palabras en mis manos. Frases que erizaban cada vello, de cada fuente que tengo al exterior. Miraba al techo y los barrotes me decían que te tendría cerca. Salido ya el sol se me hacía poco. Ya había presenciado antes una luz más perfecta al estar contigo. Más de acuerdo a lo que precisaba. Pude al tanto sentirme mal. Cansancio, bruma, náuseas, sofocación. Tenía tanto y no a ti. El mareo del desconocer me dio tumbos por instantes, pero la fortuna siguió mis pasos y tus noticias mejoraron mi salud. No sin antes claro revolverme el estómago y evocarme cabalgatas. Estampidas.

Después de horas llegué a ti. Todo alrededor se paralizó dándome más espacio para producir satisfactorias explosiones. Me rompía de nervios y aún así supe que no caería si no fuese contigo. Sentía más turbación y éxtasis que estando entre pilas de libros. Tu presencia había roto las paredes de la inteligencia. De la simple razón ahora ausente. Y de todos modos me sentía tan llena.

Vagancias hubo pero el cansancio prefirió diluirse. Las gotas de sudor ya se habían evaporado en niebla cegando horizontes. Pero algo más irrumpió. Tuve miedo. El miedo de perderme en ti y no reconocer las vallas de lo posible y de lo correcto. El miedo de entregarme a viles sueños y en un momento despertar derrumbada. Derrumbada sin ti, quizá con la conciencia sucia y repleta de yerro. Preferí construir una barrera. Lo suficientemente fuerte para saber hasta dónde llegar, lo suficientemente débil para bailar en sus umbrales. Disfrutar. Fue encantador el deambular entre fotografías y pinturas. Trazos que enmarcaban el encuentro. Nuestros cuerpos. Fisonomías que nos hacían apreciarnos complejos. Pero tan conocidos, como de toda la vida. Coronamos escaleras y nos ubicamos en lo alto de los pisos. La vista era agradable a pesar de fríos candelabros vacíos que nada me transmitían. La verdad, no lo necesitaba. Tú me transmitías calor. Poco a poco nos acercamos y fuimos olvidando las palabras que tiempo nos estaban robando. Me besaste. Volé. Entre nuestras pieles saltaban descargas de electricidad y era cada vez más imponente el deseo de ser uno. Me acribillaste con tus labios lanzándome dócilmente al muro más cercano. Mis delirios nocturnos fueron sobrepasados por la realidad que me estabas otorgando. Aún sentía el miedo, pero era momento de bailotear en las faldas de mi barrera. Tejía los pasos de una danza nueva para civilizaciones antiguas donde a pesar de lejanías interminables no habría habido espacio suficiente para nuestra grandeza.

Me alejé y de mí florecía insensibilidad. Gran máscara para todo el cúmulo de esplendor que ahora habitaba en mí. Mis entrañas reclamaban más de ti, dejaban araños en los tejidos de mis órganos. Pero si continuaba danzando perdería los estribos y me ahogaría en el mar de los deseos. De la seducción. Con calma visible en mi semblante volvimos a vagar, te miraba de reojo. Pretendía compartirte las borrascas que engrandecían mi conmoción, pero no pude. Me atasqué y preferí respirar un poco más, con lapsos entrecortados, miradas al suelo para obtener tranquilidad. Momentos después nos separamos y cada quien encaminó su tarde a alguna otra actividad con más raciocinio que el que nosotros pudimos emplear. Prometimos vernos de noche, y era lo único que deseaba realizar.

Disfruté de nuevo mis horas presenciando música que me llenaba por completo el espíritu, pero me hacías falta tú. Te buscaba entre las miradas perdidas de la gente, entre tumultos de incomprensión. No te encontré. Frecuenté mi mirada y mis pensamientos a personas ajenas a mis deseos, adquiriendo solamente más vacío del que solía desafiar. Me encaminé al hotel, acompañada, corriendo. Tenía ahora por comisión involucrar a más personas y tratar de hacerlas feliz en una noche potencialmente activa para festejar, para disfrutar del fin de semana. Qué buen chiste. A pesar de que mi acompañante me aconsejó no gastar tiempo para poder verte de nuevo, y extasiarme haciendo realidad mis deseos que sin expresarlos verbalmente se notaban ante el más inútil de los bufones presentes, me fue imposible consumar sus consejos. Desfilaron horas y hasta dentro de esa apreciablemente interminable espera te vi a lo lejos, en la plaza. La bendita plaza donde me arribaste. La maldita plaza donde me empezaste a embrujar.

Tus ojos me encontraron. Me invitaron a quebrantar leyes morales. Encendieron el fogón que guardaba dentro. Merodeamos entre líneas sin rumbo, como si recorriéramos el pabilo que detonaría en el clímax del apetito. Caminamos a un lugar separado y nos entregamos en besos que pudieron hacer temblar la ciudad entera. No importaba quién nos viera. La decencia había quedado atrás, no conocíamos de moderación. Desafortunadamente para nuestra sed, se interpusieron detalles sociales que debíamos atender. Pero no tardó más el reloj en cantar dos horas recorridas, cuando estábamos ya de la mano. Me condujiste a cierto lugar con ambiente tranquilo, donde las ideas, las inquietudes y la libertad eran la lucha diaria de cada sujeto. En ese momento se expresaba con el cuerpo, con el ritmo. Realmente no podía solicitar nada que no estuviera ya en mi posesión. El concepto de felicidad se quedaba corto. Tu cuerpo se hallaba a mis medidas. En contraparte y como tajada final, la barrera que antes había erigido se rebeló contra mí produciéndome negaciones. Quería probar más, conocerte a fondo y sin restricciones. Mas no pude, me detuve. Esta vez la danza no fue el número central de la presentación.

Entre besos delicados y caricias prometiste buscarme.

Hoy estoy sentada entrelazando dudas y afirmaciones. 994 kilómetros estoy separada de nuestro lugar de encuentro. 968 lejos de ti. Me atacan las preguntas, la penuria de saber si fueron interrupciones tecnológicas o, en defecto, tu decisión de no querer saber de mí. ¿Querrás aún reencontrarte con la mujer que haz hechizado? ¿Te he dejado de interesar? ¿Complacería tu agrado el comerme de nuevo? ¿Preferirías no conocerme más?

Al presente ruedo entre las sábanas y visualizo el roce con cada parte de tu piel. Cada bulto en mi cama representa tu espalda. Tu deliciosa espalda. Caricias, fricciones, rasguños, besos, mordiscos. Todo puedo darte en espumarajos de imaginación. Un mensaje espero, el recomienzo de la acción.

Berenice Betancourt

(Desempolvando viejas situaciones)

domingo, 22 de marzo de 2009

[Vuelo]

Es posible que me rompa cada hueso, cada sueño. Existe la posibilidad de nunca más siquiera poder caminar. A final de cuentas serán sólo instantes, pero en esta vida la composición de instantes perfila longitudes. Hoy necesito más que tierra firme para sonreír. No necesito impulso, lo tengo todo. Estas alas que me demuestran maravillas, y las alucinaciones que me permiten instruirlas.

Es el vuelo que más deseo. Es el viaje que me dará refuerzos. Nunca más será necesario volver, pues el punto de inicio se perderá visiblemente. Serán saltos en el aire. Yacerán piruetas de dolor. ¿Dolor? Dolor. Y llamará borrascas de deleite, nunca satisfacción. El horizonte no representará límites, más que ello, invitación.