domingo, 17 de mayo de 2009

Ha muerto un singular

Y cómo se desploman aquellos de los cuales hay pocos. Cómo vemos caer las hojas de cuyos árboles no se plantan continuamente. A inicios de este año, aquél miércoles 7 de enero, falleció el abogado e historiador Ernesto de la Torre Villar. El bibliófilo de México ha pasado a nuevos sueños, y nos ha dejado como donativo a esta humilde causa humana algunas obras como La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano; Los Guadalupes y la Independencia; La Independencia mexicana; Temas de insurgenca; entre otras. Un hombre con grandes aportaciones en el ámbito de la abogacía, la redacción y la historia, siempre dedicado a la exploración, la enseñanza y el impulso de la cultura. Como galardones se llevó las Palmas Académicas de la República Francesa, el Premio Universidad Nacional de México, el Elías Sourasky y varios más.

Uno de los intelectuales más importantes del país ha muerto. ¿Pero cuántos quedan por venir? Si bien hay miles de interesados, ¿no es eso una burla tomando en cuenta los millones que somos?

¿Por qué desde esta perspectiva la calidad no se vincula con la cantidad? Bueno, si se habla de vínculos inversos hay cierta posibilidad. Cuántos compañeros de mundo no crecen y se desenvuelven de una manera en que sus aprendizajes son vanos; en las ocasiones en que los existen. No es gracioso saber que sus vidas se despliegan en lo que su más cercano alrededor les ofrece sin antes reconocer si es recomendable aceptarlo, o que nos codeamos por personalidades vacías que con unas horas perdidas al día y otras cuantas trabajando – en algo que ni ellos comprenden porqué – sienten que han hecho el esfuerzo suficiente. ¿Dónde queda la necesidad de aumentar el conocimiento para mejorar el nivel de vida, el requerimiento de exponer sentimientos con herramientas poco usadas o la obligación propia de alcanzar nuevos horizontes de comprensión?

De alguna manera la mediocridad se ha divulgado como mecanismo perfecto de situación social, cuando es una decadencia su derivación. La eventualidad de permanecer en pausa y con ello obtener una constancia benéfica en contextos de conformidad material, ha convertido las ganas de adelantamiento en una opción poco elegible, proporcionando una vida fría a aquellos que observan desde otra configuración.

Encontrarse en continuo movimiento, aunque en ocasiones se retorne en el camino, es fundamental para continuar avanzando. Los efectos de la atención suministrada a lo que se encuentra dentro de nosotros y lo que podemos aprender con su efecto hacia el exterior, son innumerables. Más allá de nuestra actual herramienta corporal, se encuentra una historia, un pasado, y lo más importante; se aciertan maneras de expresarlo. La cultura es tan vasta que cada individuo podría dedicar su vida al estudio de un área, y aún así no se contaría con personal suficiente. La esencia de la humanidad nos provee de los instrumentos necesarios para la planeación de nuestra vida venidera. Si es tan relevante su participación, se está pudriendo la probabilidad de escalar.

Ha muerto un singular. ¿Cuántos quieren convertirse en ello a base a un trabajo arduo colmado de conocimiento? ¿Cuántos están dispuestos a resurgir?


Berenice Betancourt

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